Granada: un relato de resiliencia
Por: Edy Yazmín Giraldo Aristizábal, Santiago Mosquera Patiño, Jorge Andrés Zapata Montoya y Wilson Andrés Castaño Cardona.
La historia reciente de este municipio del Oriente antioqueño está llena de dolor. Debido a su posición estratégica respecto a la autopista Medellín — Bogotá y por encontrarse en la zona de embalses, Granada fue un campo de batalla. Primero llegó allí la guerrilla del ELN con el frente Carlos Alirio Buitrago, luego llegaron las FARC con los frentes 9 y 47. El arribo se dio en los años ochenta y gracias a esta situación Granada se ganó la reputación de “nido de guerrilla”.
Fue en 1997, con la entrada de los paramilitares a la región, que la situación se tornó aún más compleja. Llegó la guerra total. En el pueblo actuaron las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU), las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio (ACMM), el Bloque Metro de las Autodefensas y el Bloque Héroes de Granada, un apéndice del Bloque Cacique Nutibara.
Así mismo, fue la Cuarta Brigada del Ejército Nacional de Colombia la que hizo de este un territorio adecuado para implementar una estrategia contraguerrilla. Sumado a la estrategia de los paramilitares de “quitarle el agua al pez” dio como saldo un pueblo destruido, literalmente, por la guerra.
Aunque no existe un dato preciso del número de víctimas o hechos victimizantes, el Observatorio Nacional de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica ha reportado, hasta 2016, 460 personas víctimas de asesinato selectivo, 59 personas asesinadas en 10 masacres, 2.992 desapariciones forzadas, 98 víctimas de secuestro y 50 de violencia sexual. Respecto al desplazamiento forzado, el Registro Único de Víctimas reporta 33.719 denuncias por este hecho. Hay que hacer una precisión respecto a esta última cifra y es que esta no refleja el número total de desplazados (Granada llegó a tener cerca de 20.000 habitantes), sino que debe tenerse en cuenta que lo que se reportan son hechos y muchas personas pudieron ser desplazadas en varias ocasiones.
Para ilustrar una parte de lo que se vivió en Granada en su época de mayor violencia (1997–2005), hemos preparado un podcast con los relatos de un conductor de chiva que fue desplazado, una enfermera que aún trabaja en el hospital de Granada y un ama de casa que presta su voz al Salón del Nunca Más para guiar a los visitantes por los relatos de horror y de esperanza.
Transporte para los muertos
Albeiro Giraldo era conductor de chiva para el año 2002. A él le encantaban los carros grandes y sentía especial cariño por esa monstruosidad colorida que le daba de comer a él y a su familia. Cubría la ruta que del casco urbano de Granada conduce a la vereda de Galilea y a veces iba hasta el corregimiento de Santa Ana. Tenía que pasar constantemente de territorio de la guerrilla a territorio controlado por los paramilitares, por lo que las amenazas no se hacían esperar.
Fueron muchas las noches que su esposa no supo nada de él, porque en esa época no había celulares y había toque de queda. Ella no sabía si estaba bien o si los armados habían cumplido sus amenazas. Los niños, escondidos del miedo bajo las cobijas, lo extrañaban. Tal vez eran muy pequeños para entender lo que sería no volver a ver a papá.
Albeiro sentía que un pedacito de su humanidad se apagaba se iba cada vez que se encontraba con un cadáver atravesado en la carretera. No podía dejarlo ahí, esa persona tenía familia y nadie más lo rescataría. Así fue como su carro se convirtió también en coche fúnebre.
Este es un fragmento del testimonio que Albeiro nos compartió sobre su vida en aquel entonces. Esta fue la noche que se creyó muerto.
Hijos para la guerra
En el informe Granada: memorias de guerra, resistencia y reconstrucción, el Centro Nacional de Memoria Histórica asegura de acuerdo a su investigación que la guerra en Granada se hizo en gran medida con gente de la misma zona. Las estrategias de vinculación pasaban desde el reclutamiento forzado hasta el convencimiento genuino para la incorporación a las filas.
En Granada se mataron entre hermanos. Eso lo sabe Amanda Suárez, guía del Salón del Nunca Más, y dice que esa es la razón por la que se perdió la confianza. Comenzó a operar la ley del silencio y entre las familias no podían ni dirigirse la palabra. Amanda entiende la fractura tan profunda que tuvo la población granadina por cuenta de esta situación.
En el Salón del Nunca Más pueden volver a estar juntos. Allí reposan las fotos de más de 300 personas entre asesinadas y desaparecidas. Amanda dice que no importa a qué bando pertenecían, ni siquiera si no pertenecían a ninguno. Ahí todos son hermanos, nacidos en la misma tierra. Ahí están para que los granadinos los recuerden, para que no mueran de olvido.
Cuando la valentía y la fuerza se hacen mujer
Claudia Carvajal, enfermera del hospital de Granada, todavía recuerda el río de sangre que dejaron los cadáveres de las 19 personas asesinadas en la masacre de los paramilitares en noviembre del 2000. Se le llenan los ojos de lágrimas cuando recuerda que, un mes después de esa masacre, el pueblo fue destruido por un carro bomba puesto por la guerrilla de las FARC.
Nos cuenta, con voz firme, todas las amenazas que recibía por estar cumpliendo su trabajo como misión médica. Recuerda las numerosas ocasiones en las que se enfrentó a un paramilitar, un guerrillero, incluso a un soldado del ejército para defender su vida, su dignidad y la de las personas que la acompañaban.
Claudia trae a la memoria el día en que un comandante de las FARC la arrinconó en el puesto de salud de Santa Ana y comenzó a manosearla.
“Yo le pegué en la cara. Me acuerdo que él apenas sobaba ese revólver y le dije:
- Máteme ya, que estoy calientica, mijo. Pero a mí no me toca, a mí me respeta, que yo sí estudié un poquito y tampoco le tengo tanto miedo.
Mentiras que sí, yo estaba muerta de miedo, todo me temblaba. Él se fue y yo me quedé llorando. Le dije a Araceli, mi compañera:
- Ahorita viene y me mata.
Pasó ese día, pasó el otro y nada. A los ocho días tenía que volver, le dije a los del hospital, pero me volvieron a mandar. Entonces yo me despedí de mi mamá y ella se puso a llorar. Llegué allá con mucho miedo, cuando ese tipo llegó y me encerró en el consultorio.
- Venga que necesito hablar con usted - me dijo.
- Hágale.
Yo no sé de dónde salían esas palabras.
- Tengo mucha rabia con usted.
- Yo también con usted, ¿y?
- ¿Usted por qué me pegó en la cara?
- ¿Y usted por qué me manosea? ¿Qué le da derecho a usted que me toque? Yo en ningún momento le he dicho a usted: manoséeme. Es que cuando la vieja quiere que el man la toque, ella misma se le ofrece. Y yo no le he dicho nada, ¡a mí me respeta! Si usted cree que yo soy guerrillerita, que no tengo nada de estudio, ¡qué pena! Yo sí estudié un poquito y este cuerpito se quiere muchísimo, este cuerpito ya tiene dueño, es el papá de mis hijas.
A ese tipo le dio una soberbia horrible, se puso rojo.
- ¡Yo te iba a matar!
- ¿Por qué no lo hizo? ¡Hágale! Hágale pa’ que no les vuelvan a mandar a nadie aquí, No vuelve médico, no vuelve enfermera. Usted sabe que nosotros somos misión médica. Hágale: ¡Tóqueme! ¡Máteme!
- ¡Jueputa! Por eso es que me gusta, por brava.
Cuando él me dijo eso es como si me hubieran tirado un baldado de agua.
- Usted es muy hermosa, mi amor. ¡Es muy brava! ¡Esta es la mujer que yo necesito! ¿Cuánto quiere?
Se metió la mano al bolsillo y sacó un cerro de plata.
- No, mijo, mi cuerpo no tiene precio. Es que si yo tuviera precio yo estaba en un burdel.
- ¿Quiere estas cadenas?
- No.
- ¡Claro! A usted no le gusta sino ese hijueputa padre, esos médicos.
¡Tenía una rabia! Como el padre era el que me dejaba dormir en la casa cural porque sabía que él era capaz de violarme.
- Lo siento, usted a mí no me gusta. Qué pena, no es de mi agrado.
- Claro, porque soy un guerrillero, ¿cierto?
- Puede ser
Salió y se fue”.
Claudia dice que con todo lo que vivió ya no le tiene miedo a nadie, ni siquiera a los armados. Defendió la vida de sus compañeros, de sus pacientes y de sus vecinos. Sigue viviendo en Granada, de hecho fue una de las pocas personas que no se desplazó. Continúa trabajando en lo que más le gusta, da gracias a Dios porque conservó su vida y porque ahora vive más tranquila.
Nunca más
Cuando Amanda comprendió que debía seguir con su vida, se propuso trabajar para contar su historia. Contando la suya propia pudo reconstruir la de su pueblo. A través de grupos de escucha, la población granadina pudo hablar del dolor, pero también hablar de fortaleza y esperanza.
El Salón del Nunca Más fue una iniciativa contra el olvido. Fue construyéndose con fotografías, luego con escritos y con historias. Amanda dice que ese proceso de memoria le ha ayudado con el duelo y que fue capaz de perdonar. No siente que sea una obligación, sino un regalo que puede hacerse una persona. Ahora que tiene el salón y que presta su voz como guía, puede hablar sin llorar, puede contar la historia de las personas que han pasado por allí y puede decirte la razón que tienen los granadinos para decir nunca más.